
«Lo bueno de ser un fantasma es que nadie te ve. Lo malo es… que nadie te ve». Recibimos con ánimo este tipo de propuestas, pero no se puede decir que esta comedia acerca de las dificultades de mantener una relación de pareja ─es evidente el simbolismo del título y sus referencias al desconocimiento esencial de quienes tenemos más cerca─ vaya a perdurar en la memoria largo tiempo. Sencilla, pequeña ─ochenta minutos escasos de metraje─, la película mantiene la atención gracias al saber hacer de su reparto más que por las virtudes de un conjunto que se antoja forzado, a pesar del empeño que el director parece poner en una puesta en escena teatrera, que juega con lo que se ve y lo que no, tanto por parte del espectador como por parte de los propios personajes.
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